Número tres

“El niño se consolida en el cine español en la estela de Ladrones de bicicletas (Ladri di bicciclette, 1948) de Vittorio de Sica, no en la de Alemania año cero (Germania anno zero, 1947) de Roberto Rossellini. Su resultado es el Pablito Calvo de la película Mi tío Jacinto (1956) de Ladislao Vajda: un testigo de los avatares de la historia por los que pasan los mayores, una ayuda física y moral para éstos y, sobre todo, el destinatario de un legado de experiencia que tiene poco de positiva, pero con la que habrá que ir tirando porque la vida es así, sobre todo la vida en el franquismo. El niño del cine español mira y aprende del mundo de los adultos. Quizá sufre y juzga, pero no padece, como el Helmut de Rossellini, el calvario moral de matar a su padre y darse cuenta de lo que ha hecho, ni se suicida entre los escombros de la ciudad en ruinas. Si muere, lo hace con la dulzura y la quietud mística de Marcelino, pan y vino (Ladislao Vajda, 1954), el pequeño que hablaba con el Cristo del desván en el convento de franciscanos.”

Pilar Pedraza


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